Tapering, gerundio de taper, menguar. La palabreja ha dado titulares durante meses, mientras la Reserva Federal de EEUU amagaba con reducir el volumen del estímulo monetario que ha mantenido los tipos de interés cerca de cero, con el fin de sostener la actividad económica. Realmente, no se sabrá si los efectos serán sostenibles hasta que la Fed empiece a revender los activos financieros que ha comprado durante los últimos años, y esto llevará más años; en todo caso, ha prometido que el estímulo seguirá vigente mientras el desempleo no baje del 6 por ciento. Nada ni remotamente parecido a lo hecho en Europa, donde se ha optado por inducir un coma económico cuya raíz está en el dogma de la (desigual) austeridad para mejor competir (sic) en un mundo global.
La decisión tomada la semana pasada por el consejo de la Fed [rebajar de 85.000 a 75.000 millones de dólares sus compras mensuales de bonos y títulos hipotecarios] ha sido calibrada como despedida de Ben Bernanke, para que coincida con su reemplazo por Janet Yellen, a finales de enero. Y ha sido bien acogida, por lo que el año se cierra con un destello de optimismo. Desde 2008, EEUU – y el mundo por consiguiente, no lo olviden quienes sólo miran por la aldea – han vivido bajo asistencia artificial; ahora se trata de descender a la realidad normal. Y como saben bien los montañeros, hay más accidentes al descender que al trepar.
Señalaba el otro día John Authers, columnista del Financial Times, que pese a la abundancia de liquidez en los mercados financieros, las empresas de la economía real no han mejorado en 2013 sus ratios de inversión de capital. Si se leen los resultados publicados a lo largo del año, revelan que, tanto con ingresos al alza como a la baja, y con independencia de la tendencia de sus beneficios operativos, las compañías de TI – de ellas trata este blog – han acumulado unas tesorerías asombrosas, con las que han apuntalado su cotización bursátil mediante artificios como unos dividendos poco o nada relacionados con la marcha del negocio o la recompra de acciones propias, concesión a las presiones de unos llamados inversores activistas. La confianza se ha convertido en la variable oculta, explicaba Authers.
Este doble estado de la economía global podría ser descrito con ayuda de la célebre paradoja elaborada por Erwin Schrödinger en 1935. En el mundo de la mecánica cuántica, las leyes de la física reconocibles en la realidad, no funcionan: los acontecimientos son gobernados por probabilidades. El animal mítico de Schrödinger no es más que una ficción teórica concebida para mostrar el absurdo de una interpretación que Einstein también criticaba como puro artefacto matemático [es conocida su sentencia: «Dios no juega a los dados»].
En este contexto intelectual, Schrödinger planteó un experimento que no podría llevarse a la práctica. Un gato es encerrado en una caja sellada de acero, que contiene una ampolla de veneno y una fuente radioactiva. El veneno será liberado aleatoriamente con la decadencia de un solo átomo que romperá la ampolla, y en ese caso el gato morirá. O no, en la probabilidad opuesta, y el gato seguirá vivo dentro de la caja. Sólo en el momento en que esta se abra y pueda observarse lo que ha pasado, los dos estados del gato – vivo y muerto – dejarán de ser simultáneos. Simplificando, la paradoja de Schrödinger puede verse como una moraleja aplicable a la economía: nada es real a menos que pueda ser observado, pero entonces puede ser tarde.
¿Qué relación hay entre esta especulación teórica y el ambiente creado por la euforia financiera que primero condujo a la crisis y luego se ha beneficiado de esta? Los bancos centrales – la Fed mucho más que el timorato BCE, y últimamente también el Banco de Japón – han lubricado el sistema financiero con una liquidez que sólo mínimamente ha llegado a las empresas y los ciudadanos. Gracias a ella, los inversores han acumulado títulos de deuda, subvirtiendo la naturaleza que se supone rige los mercados.
Esto ha tenido una consecuencia insólita: el ciclo de expansión monetaria ha convivido con una de las peores recesiones de las que se tenga memoria. ¿Qué contiene la caja? Una economía empresarial viva que coexiste – y compite – con otra/s cuya supervivencia sería improbable en una realidad ´normal`. Entonces viene la pregunta: ¿qué pasará cuando se abra la caja, una vez que los estímulos hayan desaparecido? Para esto, la teoría no tiene respuesta.